Monday, May 23, 2011

UNO RECOGE LO QUE SIEMBRA

UNO RECOGE LO QUE SIEMBRA

Una mañana, una mujer bien vestida se paró frente a un hombre desamparado, quien lentamente levantó la vista y miró claramente a la mujer que parecía acostumbrada a las cosas buenas de la vida. Su abrigo era nuevo. Parecía que nunca se había perdido de una comida en su vida. Su primer pensamiento fue: “Solo se quiere burlar de mí, como tantos otros lo habían hecho.
- Por favor, déjeme en paz. -gruñó el indigente-.

Para su sorpresa, la mujer siguió enfrente de él. Ella sonreía, sus dientes blancos mostraban destellos deslumbrantes.
- ¿Tienes hambre?, preguntó ella.
- No, contestó sarcásticamente el indigente. Acabo de llegar de cenar con el presidente. Ahora vete.

La sonrisa de la mujer se hizo aún más grande. De pronto, el hombre sintió una mano suave bajo el brazo.
- ¿Qué hace usted, señora?. -preguntó el hombre enojado-. Le digo que me deje en paz.

Justo en ese momento, un policía se acercó:
- ¿Hay algún problema, señora?, -le preguntó el oficial-.
- No hay problema aquí, oficial, -contestó la mujer-. Sólo estoy tratando de ayudarle para que se ponga de pié. ¿Me ayudaría?

El oficial se rascó la cabeza:
- Sí, el viejo Juan ha sido un estorbo por aquí en los últimos años. ¿Qué quiere usted con él?. -preguntó el oficial-.
- ¿Ve la cafetería de allí?, -preguntó ella-. Quiero darle algo de comer y sacarlo del frío.
- ¿Está loca, señora?, -el pobre desamparado se resistió-. Yo no quiero ir ahí.

Entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo de los brazos que lo levantaron:
- Déjeme ir oficial, -yo no hice nada-.
- Vamos viejo, esta es una buena oportunidad para ti, -el oficial le susurró al oído-.

Finalmente, y con cierta dificultad, la mujer y el agente de policía llevaron al viejo Juan a la cafetería y lo sentaron en una mesa en un rincón. Era casi mediodía y la mayoría de la gente ya había almorzado. El gerente de la cafetería se acercó y les preguntó:
- ¿Qué está pasando aquí, oficial?, ¿qué es todo esto?, ¿Y este hombre, está en problemas?
- Esta señora lo trajo aquí para que coma algo, -respondió el policía-.
- ¡Oh no, aquí no!, -respondió el gerente airadamente-. Tener una persona como esta aquí, es malo para mi negocio.

El viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes:
- Señora, se lo dije. ¿Ahora, si van a dejarme ir? Yo no quería venir aquí, se los dije desde un principio.

La mujer se dirigió al gerente de la cafetería y sonrió:
- Señor, ¿está usted familiarizado con Hernández y Asociados?. La firma bancaria que está a dos calles de aquí.
- Por supuesto que la conozco, -respondió el administrador con impaciencia-. Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas de banquetes.
- Y ganan una buena cantidad de dinero con el consumo de alimentos y bebidas en estas reuniones semanales?, -preguntó la señora-.
- ¿Y eso qué le importa a usted señora?
- Verá señor, mi nombre es Penélope Hernández, y yo soy la presidenta y dueña de la compañía.
- ¡Oh Perdón! -dijo el gerente-.

La mujer sonrió de nuevo y le dijo al policía:
- ¿Le gustaría tomar una taza de café con nosotros, o tal vez almorzar, oficial?
- No, gracias, señora, -replicó el oficial-. Estoy en servicio.
- ¿Entonces, una taza de café para llevar?
- Sí, señora. Eso estaría mejor.

El gerente de la cafetería contestó como si recibiera una orden:
- Voy a traer el café para usted de inmediato señor oficial.

El oficial lo vio alejarse, y opinó:
- Ciertamente lo ha puesto en su lugar señora.
- Esa no fue mi intención. -dijo la señora-. Lo crea o no, tengo una buena razón para todo esto.

La mujer se sentó a la mesa frente a su invitado a cenar y lo miró fijamente:
- Juan ¿te acuerdas de mí?

El viejo Juan con los ojos lagañosos miró su rostro:
- Creo que sí. Digo, se me hace familiar.
- Mira Juan, quizás estoy un poco mayor, pero mírame bien. -dijo la señora-. Tal vez me veo más llenita ahora, pero cuando tú trabajabas aquí hace muchos años, vine aquí una vez, y entré por esa misma puerta, muerta de hambre y frío.

Algunas lágrimas posaron sobre sus mejillas.
- ¿Señora, se encuentra usted bien?, -dijo el oficial-. No podía creer lo que estaba escuchando, ni siquiera llegar a pensar que la mujer pudo haber sentido hambre alguna vez en su vida.
- Yo acababa de graduarme de la universidad en mi pueblo. -comentó la mujer-. Yo había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada.

Con la voz quebrantada la mujer continuó:
- Pero cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían corrido de mi apartamento, caminaba por las calles, era febrero y hacía mucho frío y casi muerta de hambre, vi este lugar y entré, con muy poca posibilidad de poder conseguir algo de comer.

Con lágrimas en sus ojos la mujer siguió platicando:
- Juan me recibió con una sonrisa.
- Ahora me acuerdo, -dijo Juan-. Yo estaba detrás del mostrador de servicio. Se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de comer.

La mujer continuó:
- Entonces, tú me hiciste el sándwich de carne más grande que jamás había visto, me diste una taza de café, y me fui a un rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas, pero luego, cuando miré y te vi poner el dinero de la comida en la caja registradora, supe entonces que todo iba a estar bien.

- ¿Así que usted comenzó su propio negocio?, -dijo el viejo Juan.
- Sí, encontré un trabajo esa misma tarde. Trabajé muy duro, y fui ascendiendo con la ayuda de Mi Padre Dios. Eventualmente empecé mi propio negocio que, con la ayuda de Dios, prosperó. Ella abrió su bolso y sacó una tarjeta. Cuando termines aquí, quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez. Él es el director de personal de mi empresa. Iré a hablar con él y estoy segura de que encontrará algo para que puedas hacer algo en la oficina. Sonrió nuevamente: creo que incluso podría darte un adelanto, lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes. Si alguna vez necesitas algo, mi puerta estará siempre abierta para ti Juan.

Hubo lágrimas en los ojos del anciano:
- ¿Cómo voy a agradecer?, -preguntó-.
- No me des las gracias, -respondió la mujer-. Dale la gloria a nuestro Padre Dios. Él me trajo a ti.

Fuera de la cafetería, el oficial y la mujer se detuvieron y antes de irse cada uno por su lado, la señora Hernández le dijo al oficial:
- Gracias por su ayuda oficial.
- Al contrario, -dijo el oficial-. Gracias a usted. Hoy vi un milagro, algo que nunca voy a olvidar. Y muchas gracias por el café.

Autor Desconocido

Cuando La Vida te lleve al borde del acantilado, confía plenamente en que todo pasa!!! Todo Cambia y pondrás tener todo a tu favor. Sólo si tú lo crees. La Vida no cierra puertas que ningún hombre puede abrir...
Carpe-Diem

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